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jueves, 20 de agosto de 2015

MANOS DE TERCIOPELO (RELATO)


            Hace más o menos un año, tuve necesidad de hospitalizarme unos ocho días, debido a una afección de estómago.

            Entre las pruebas a que fui sometido, hubo necesidad de hacerme una endoscopia (ese tuvo que se introduce al cuerpo por la boca, para observar el interior), y que, generalmente suele hacerse con anestesia local o con sedación, y algunas veces con anestesia general.

            Pues bien, no sé por qué razón, a mí me la hicieron sin ningún tipo de anestesia, y, además, tuve la mala suerte de que la sonda estaba estropeada, y en lo que deberían haber tardado de diez a quince minutos, tardaron cuarenta la primera vez, con resultado infructuoso, y quince, media hora después, cuando lo volvieron a intentar una vez arreglado el aparato. Lo pasé francamente mal.

            Relato esto, porque no se me olvidará nunca el consuelo que sentía durante todo el proceso, cada vez que la enfermera que ayudaba al doctor que manejaba la sonda, ponía cariñosamente sus manos sobre mi frente y me daba ánimos con sus palabras de aliento.

            Cuando todo hubo terminado, la inspiración puso en mi mente el siguiente poema:

           

         Manos de terciopelo.

 

    Minutos infinitos de tortura,

mi espíritu sumido en desconsuelo;

busqué a Jesús y estaba allí a mi lado,

mi frente acariciando con ternura.

    Manos maravillosas,

manos de terciopelo;

inmerso en la impotencia

fueron sus dulces manos mi consuelo.

 

            Me había fijado en el nombre que llevaba en una tirilla del bolsillo de su uniforme  “aquel angel”, y, una vez en casa tras el alta médica, le escribí agradeciéndole su cariño, y encareciéndole siguiera actuando siempre así.

                                                                                                                                                                                                                 Genito.

sábado, 30 de mayo de 2015

LOS JÓVENES DE ACCION CATÓLICA Y LA VERBENA (RELATO)


LOS JOVENES DE ACCION CATÓLICA Y LA VERBENA

(Relato)

 

         Corrían los primeros años de los cincuenta. Bastantes jóvenes de Siles, pertenecíamos  al grupo eclesial de Acción Católica, y hacía unos meses que, en un acto solemne, nos habían impuesto a cada uno la insignia que nos acreditaba como integrantes de pleno derecho de aquel grupo; lo cual nos enorgullecía.

         Estaban próximas las fiestas, y en uno de los círculos de estudio que celebrábamos cada domingo, se planteó la cuestión de la verbena, de la que nuestro párroco estaba totalmente en contra, por la mentalidad de aquellos años, de que bailar “agarrao” era pecaminoso.

         De modo que, después de darnos una charla sobre las maldades del baile, acabó diciéndonos que esperaba que los jóvenes de Acción Católica fuéramos ejemplo para los demás y no asistiéramos a la verbena.

         Tan cerril estaba con su idea, que por aquellos días había tenido una conversación con el Alcalde, en la que le dijo que si hacía verbena,  él no celebraría ningún acto religioso y la imagen de San Roque permanecería en la ermita sin salir en procesión.

         El Alcalde a la sazón, decidió no enfrentarse a él y elimi9nó la verbena de la programación festiva; lo que, teniendo en cuenta que por aquellos años las fiestas estaban constituidas por encierros, verbena  y … pare usted de contar, movió al pueblo de tal manera, que la  noche del 10 u 11 de Agosto, se levantó concentrándose en la puerta del Alcalde, al grito unánime de ¡Queremos fiestas! ¡Queremos fiestas!

         Se dijo que la Guardia Civil informó al Gobernador Civil de la situación, y este ordenó que, con todas las consecuencias, se celebraran las fiestas como desde siempre se había venido haciendo.

         Ya todo normalizado, se celebraron con su verbena, naturalmente, y grandes y pequeños  pasaron los  días agradables a los que estaban acostumbrados.

         Los jóvenes de Acción Católica se hartaron de bailar con las chicas de su agrado, y … podríamos decir: “Colorín , colorado …”

         Pero no; esta historia continúa:

         Pasadas las fiestas y vueltos a la tranquilidad,  los jóvenes de Acción Católica nos dispusimos a asistir a nuestro círculo de estudio de cada domingo, no exentos de miedo, porque esperábamos la reprimenda de nuestro Párroco.

         Efectivamente; no era infundado nuestro miedo. Abierto el acto se dirigió a nosotros con estas palabras, más o menos:

         -“Me habéis decepcionado. Os dije que esperaba de vosotros fuerais ejemplo para el pueblo, y no me habéis hecho ningún caso.”

-“Considero que no sois dignos de portar esa insignia que lleváis en la solapa, y, por tanto, os pido que os la quitéis.”

         Obedientes, uno a uno nos fuimos quitando aquel símbolo que tan preciado era para nosotros.

         De pronto, se dirige a mí y me dice: -“Tú no te la quites Genito, porque he sabido que has sido el único de todos vosotros que no ha bailado. Sigues mereciendo llevarla.”

         Y yo, que no estaba de acuerdo con aquello, contesté: -“No he bailado porque no sé (siempre he sido malísimo para el baile), pero mi forma de pensar es la misma que la de mis compañeros.”

         -“¡Ah, sí? ¡Pues fuera la insignia!   …Y me la quité.

 

                                                                  Genito

lunes, 25 de mayo de 2015

ELECCIONES MUNICIPALES (RELATO)


            Desde que se convocaron las elecciones municipales, los partidos que han presentado candidaturas en Siles (Andalucista, Popular, Socialista e Izquierda Unida), iniciaron una campaña en la que no han regateado esfuerzos para estudiar y presentar a los sileños sus programas; ambiciosos programas en los que abarcaban múltiples aspectos y problemáticas de nuestro pueblo, con el buen ánimo de llevarlos a feliz término, a lo largo, en principio,  de los cuatro años venideros; todos con un gran interés y la mayor ilusión.

            Llegó el día de las elecciones, y el pueblo, con su democrática participación, ha dictado veredicto, eligiendo a las personas que han de regir los destinos del municipio. Dos de los cuatro partidos que se han presentado, se han quedado fuera de la Corporación.

            Esta quedará formada por seis concejales del Partido Popular (P.P),  y cinco del Partido Socialista Obrero Español (P.S.O.E.).

            Con estas letras, animo a los que no han conseguido integrarla, para que, desde la sombra, sigan luchando  y aportando ideas por Siles; y del P.P. y P.S.O.E., espero que su participación directa en la administración municipal, dé buenos frutos que hagan de nuestro pueblo un lugar más confortable y agradable para los que vivimos en él, y más acogedor para nuestros visitantes. Si lo consiguen, los ciudadanos se lo agradeceremos.
 
                                                                         Genito.

                                                                                                                                             

 

viernes, 21 de noviembre de 2014

LOS JOVENES DE ACCIO0N CATÓLICA Y LA VERBENA (RELATO)


         Corrían los primeros años de la década de los cincuenta. Bastantes jóvenes de Siles, pertenecíamos  al grupo eclesial de Acción Católica, y hacía unos meses que, en un acto solemne, nos habían impuesto a cada uno la insignia, que nos acreditaba como integrantes de pleno derecho de aquel grupo; lo cual nos enorgullecía.

         Estaban próximas las fiestas, y en uno de los círculos de estudio que celebrábamos cada domingo, se planteó la cuestión de la verbena, de la que nuestro párroco estaba totalmente en contra, por la mentalidad de aquellos años, de que bailar “agarrao” era pecaminoso.

         De modo que, después de darnos una charla sobre las maldades del baile, acabó diciéndonos que esperaba que los jóvenes de Acción Católica fuéramos ejemplo para los demás y no asistiéramos a la verbena.

         Tan cerril estaba con su idea, que por aquellos días había tenido una conversación con el Alcalde, en la que le dijo que si hacía verbena,  él no celebraría ningún acto religioso y la imagen de San Roque permanecería en la ermita sin salir en procesión.

         El Alcalde a la sazón, decidió no enfrentarse a él y eliminó la verbena de la programación festiva; lo que, teniendo en cuenta que por aquellos años las fiestas estaban constituidas por encierros, verbena  y … pare usted de contar, movió al pueblo de tal manera, que la  noche del 10 u 11 de Agosto, se levantó concentrándose en la puerta del Alcalde, al grito unánime de ¡Queremos fiestas! ¡Queremos fiestas!

         Se dijo que la Guardia Civil informó al Gobernador Civil de la situación, y este ordenó que, con todas las consecuencias, se celebraran las fiestas como desde siempre se había venido haciendo.

         De modo que, al día siguiente, supimos que por fin se iban  a celebrar; y, claro,  se celebraron con su verbena, naturalmente, y grandes y pequeños  pasaron los  días agradables a los que estaban acostumbrados.

         Los jóvenes de Acción Católica se hartaron de bailar con las chicas de su agrado, y … podríamos decir: “Colorín , colorado …”

         Pero no; esta historia continúa:

         Pasadas las fiestas y vueltos a la tranquilidad,  los jóvenes de Acción Católica nos dispusimos a asistir a nuestro círculo de estudio de cada domingo, no exentos de miedo, porque esperábamos la reprimenda de nuestro Párroco.

         Efectivamente; no era infundado nuestro miedo. Abierto el acto se dirigió a nosotros con estas palabras, más o menos:

         -“Me habéis decepcionado. Os dije que esperaba de vosotros fuerais ejemplo para el pueblo, y no me habéis hecho ningún caso.”

-“Considero que no sois dignos de portar esa insignia que lleváis en la solapa, y, por tanto, os pido que os la quitéis.”

         Obedientes, uno a uno nos fuimos quitando aquel símbolo que tan preciado era para nosotros.

         De pronto, se dirige a mí y me dice: -“Tú no te la quites Genito, porque he sabido que has sido el único de todos vosotros que no ha bailado. Sigues mereciendo llevarla.”

         Y yo, que no estaba de acuerdo con aquello, contesté: -“No he bailado porque no sé (siempre he sido malísimo para el baile), pero mi forma de pensar es la misma que la de mis compañeros.”

         -“¡Ah, sí? ¡Pues fuera la insignia!   …Y me la quité.

 

                                                        Genito

                                                         21 de Noviembre de 2.014

martes, 23 de septiembre de 2014

A MI AMIGO JUANPE (RELATO)

        Después de dura lucha contra cruel enfermedad, mi amigo (nuestro amigo: Higinio, Jose, Juanito, Paco, Quisco, Santiago, Selín… ), nos ha dejado. Ya no podremos recordar con él los ratos buenos de nuestra niñez y juventud.

         El y yo habíamos nacido el mismo año, y siempre, desde que mi mente recuerda, fuimos amigos entrañables.

         Juan Pedro, su padre, tenía seis hijos, y como el oficio de sastre no daba para los ocho de la casa, se vio obligado a emigrar a Barcelona como tantos otros sileños.

         Mi amigo, que aprendió el oficio de su padre, lo perfeccionó en Cataluña, donde estuvo trabajando hasta que se trasladó a Palma de Mallorca, para trabajar como encargado de una importante sastrería.

         Se casó, tuvo dos hijos –una pareja-, vivió bien toda su vida gracias a su trabajo, y los años que podía volvía a Siles, nuestro pueblo, que no olvidó nunca.

         El destino se llevó a su mujer hace unos años, y un día él decidió dejarse las islas, ya situados sus hijos, y venirse de nuevo a Siles, que ya no abandonaría.

         Hace unos dos años, tuvo la suerte de reencontrarse con Blanca, chica amiga de los años de nuestra juventud. Eran los dos mayores y habían perdido ambos su compañero anterior; congeniaron y acabaron casándose.

         ¡Qué efímera es la felicidad!

         Estaban disfrutando de ella en su nueva etapa, cuando empezó a notarse los primeros síntomas. Me lo dijo en cuanto nos vimos. No perdió nunca la esperanza de verse curado, pero me decía: …Y si no tiene remedio ¿qué le vamos a hacer? Asumió con resignación, en todo momento, lo que pudiera sucederle.

         Juanpe: Yo sé que ahora estás gozando de la presencia de Dios, porque tu actitud a lo largo de tus setenta y siete años, ha sido la de una persona buena.

         Pídele a El por Blanca y por nosotros, tus amigos que hemos quedado aquí, para que cuando nos llame encontremos un hueco a tu lado.

         Mientras ese momento llega, no te olvidaremos nunca.

                                                            Genito.

sábado, 1 de febrero de 2014

LAS LUMINARIAS (RELATO)


            Aquel día estábamos los chiquillos -niños y niñas-, locos de contentos, porque los maestros habían acordado que no hubiera escuela por la tarde, para que fuéramos “a por romeros”.

            Después de dos o tres días con el tiempo revuelto, aquel había amanecido espléndido, lo que añadido a que se celebraba la festividad de La Candelaria,  animó a los maestros en su decisión.

            De modo que fue salir de la escuela, llegar a casa y comer a “uso pavo”, y salir con los amigos camino del Portichuelo, con la cuerda para el haz atada a la cintura.

            Los lugares habituales para coger los romeros eran  El Portichuelo, La Peña del Olivar y El Cerro, pero los que teníamos que traerlos a cuestas, elegíamos el primero porque todo el camino cargados era cuesta abajo.

            Ya en el monte nos afanábamos en cortar todos los romeros que nuestras fuerzas nos iban a permitir transportar. Unos se llevaban pequeñas azadas o escavillos, otros navajas, y la mayoría solo utilizábamos las manos, cortando las ramas cuando la planta era grande o tirando con todas nuestras fuerzas hasta arrancarlas, cayendo de culo las más de las veces.

            Al caer la tarde el camino se ponía animado, con chicos y no tan chicos, cargados con los haces a las espaldas, que nos hacían sudar la gota gorda, porque por aquello de “que no se diga que ese puede más que yo”,  amén de presumir de forzudos ante las chicas, los hacíamos demasiado grandes para nuestras fuerzas.

            Estaban también los que utilizaban los carros para traerlos; aquellos típicos carros sileños, que por lo bajos que eran parecían arrastrarse por el suelo, que el que tenía medios se hacía él mismo. Algunos eran verdaderas obras de artesanía, equipados con técnicas tales como rodamientos de bolas, frenos, volantes de automóvil, etc.

            Anocheciendo, las calles de Siles se animaban extraordinariamente, llenándose de “luminarias”, que se encendían con nuestros romeros y con todos los trastos viejos que sobraban en las casas, intencionadamente guardados para la ocasión.

            Había algunas especialmente espectaculares por lo grandiosas. Recuerdo la que se encendía en la calle Somera, en la puerta de la casa de mi tío José. Cuando el trabajo le dejaba, mi tío Eloy preparaba el camión y allá que nos íbamos primos y conocidos, a llenarlo de romeros, que luego permitían hacer una hoguera enorme, a la que acudía un gran gentío, y donde niños y jóvenes especialmente, nos divertíamos muchísimo, organizando juegos en sus inmediaciones, lo que no era obstáculo para que recorriéramos el pueblo aquella noche, en obligada visita a las muchas luminarias que se encendían por todas las calles. La noche se impregnaba del oloroso perfume que el romero soltaba en su combustión, y el fuego era un rito purificador que ayudaba a los vecinos a hermanarse y a sentirse mejores.

            Porque eran las luminarias lugar de encuentro de los vecinos, que sacaban sillas, y cuando las llamas cedían, permanecían sentados alrededor del rescoldo, en animadas charlas hasta altas horas de la noche, no faltando la mayoría de las veces el degustar de un buen vinillo, en bota o botella de pito, casero en muchos casos, acompañado de sabrosas “crillas” asadas en las brasas.

            Desde que se pavimentaron las calles, se fue perdiendo tan agradable  costumbre; y aunque algunas asociaciones han encendido alguna algún año, en pavimentos de tierra, no han tenido continuidad y hoy están desaparecidas.

            Lástima que no se habiliten lugares al efecto, en tres o cuatro puntos estratégicos del pueblo, donde se volvieran a encender para deleite de los sileños.

 

                             Siles, 2 de Febrero de 2.014
                             Festividad de La Candelaria

                             Genito.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

HONESTIDAD (Cuento)


Aquel 22 de Diciembre, amaneció lluvioso. Elena se había levantado temprano, como cada mañana, levantó y dejó preparada a su madre, y, después de arreglarse, se encaminó hacia la ciudad, donde, hasta medio día, trabajaba en la casa de la señora Micaela.

De paso por el Café de Levante, entró, siguiendo su costumbre de cada día, y se tomó la tostada con aceite y tomate, acompañada de un vaso de leche, que, María, la cocinera, le preparó nada más verla.

Era tan agradable Elena, y les había caído tan bien a Marisol y María, las empleadas del café, que el desayuno no le faltaba nunca. Claro que, ella bien sabía agradecerlo, echándoles una mano, cuando hacían la limpieza extraordinaria cada semana.

Con un ¡hasta mañana!,  se despidió de María. Cuando se dirigía hacia la puerta, vio asomar un papel por debajo del felpudo, y, la curiosidad le llevó a cogerlo. Era un décimo de lotería de Navidad. Instintivamente se lo guardó, y salió del café.

Mientras caminaba, el cuento de la lechera empezó a aflorarle en la cabeza: -Le iba a tocar el gordo, pensaba; y, con el premio, lo primero que haría, sería comprarle a su madre una silla de ruedas. Podría comprarse una casa, mejor que la que tenían ahora, la vieja y mal acondicionada de la aldea;  y, a su hermano –que estaba en el paro-, le daría para que se instalara en un taller, como autónomo. Además, su madre, (el padre había fallecido hacía unos años), que, cuando ellos se marchaban, se quedaba sola, podría estar atendida por una asistenta;  y, en su casa, todo sería felicidad.

Llegó a la casa de la señora Micaela y, lo primero que hizo, fue poner la radio, para oír el sorteo; aunque la verdad era que, enfrascada en limpiar y preparar la comida, para que todo estuviera listo cuando llegara la dueña, ni se enteraba de los premios; pero, la cantinela de los niños del sorteo, era una música de fondo que le agradaba.

Terminó la faena poco antes de que llegara, y, con su acostumbrado ¡hasta mañana, señora!, se despidió un día más.

Al pasar nuevamente por el Café de Levante, recordó su décimo y se le ocurrió entrar a preguntar por el número del gordo.

Le llamó la atención enseguida, el grupo de personas que, sentadas en el “Rincón de las Letras”, hablaban algo nerviosas y preocupadas: Les había tocado el premio gordo, en uno de los décimos que jugaban entre todos (cada uno había aportado uno al fondo), y no lo encontraban por ninguna parte. Unos le echaban la culpa a los otros, pero, lo cierto era que el décimo se había extraviado.

Preguntó a Marisol por el número del gordo, y pasó al servicio para, a solas, comprobar su décimo. ¡Era el premiado!, tal y como se había figurado, desde que presenció el debate de aquellos clientes del café.

Se lo guardó, y salió dirigiéndose a la calle; esta vez sin despedirse.

-¡No lo entregaría!; en su casa hacía mucha falta el dinero, y, en cambio, a aquellos señores, lo que les tocaría al repartir, no les iba a solucionar nada.

Cuando llegó a su casa, no contó nada, porque eran miles los pensamientos que le pasaban por la cabeza. Besó a su madre, se cambió de ropa, y se fue a dar una vuelta por las calles de la aldea. Esta vez, más que a pasear, se fue a seguir rumiando el tema que le preocupaba.

-¡No lo entregaré!, se repetía; pero no terminaba de convencerse.

Así pasó la tarde y, con un fuerte dolor de cabeza, se acostó pronto, una vez hubo dejado en cama a su madre.

Apenas había cogido el sueño, cuando unos fuertes golpes, aporraceando la puerta del dormitorio, la despertaron. Abrió y se encontró con un grupo de clientes del Café de Levante, que, armados con tenedores y cucharas, le increpaban para que devolviera el décimo que les había robado. Retrocedió hacia la cama, buscó debajo de la almohada y, cuando se volvió para entregárselo, habían desaparecido. Asustada,  se volvió a dormir.

Se levantó antes que de costumbre, después de haber dormido bien poco, con la decisión de ir al Café de Levante a entregar el décimo. ¡No podía aguantar la situación de preocupación que le embargaba!.

Tras despedirse de su madre,  dejándola en su silla,   en compañía de su hermano -que siempre andaba haciendo algo por la casa, pero pendiente de ella, para ayudarle en lo  que necesitara-, se dirigió a la ciudad.

Había muy poca gente a esas horas, en el Café de Levante. Llamó a María y Marisol, les contó su odisea, diciéndoles también lo que había pensado hacer con el dinero, y les entregó el decimo, correspondiéndole cada una con un beso. Llamaron ellas a Aparicio, el jefe, le contaron lo ocurrido, guardó él el documento premiado, y se deshizo en elogios para Elena. Ella desayunó, como cada día, y, cuando salió a la calle, iba pletórica de satisfacción.

Cuando a medio día llegó a su casa cantando, su madre y su hermano, que la habían notado muy extraña el día anterior, intercambiaron una mirada de felicidad.

Al día siguiente celebraron la cena de Navidad, tuvieron un recuerdo para su padre, y, como Elena no tenía que trabajar al otro día, prolongaron la trasnochada más de lo habitual, compartiendo otros recuerdos.

Estaba aún en la cama,  a las diez de la mañana, cuando oyó llamar insistentemente a la puerta. Se asomó por la ventana y se llevó una agradable sorpresa, al ver allí a María y Marisol, acompañadas de Mari, cliente del bar e integrante de la Peña de la Lotería,  con un  gran paquete. Se arregló un poco, rápidamente,  y bajó a recibirlas.

Pronto comprobó que en el paquete traían una silla de ruedas; le dijeron que un empresario, cliente del Café, quería contratar a su hermano; y, lo más importante por su valor económico, costeadas por todos los integrantes de la Peña, pronto iniciarían las obras de acondicionamiento y mejora de la casa.

Unas lágrimas de emoción rodaron por sus mejillas, mientras que su pensamiento volaba agradeciendo.   
                                                                                        Genito.                                                      
 

lunes, 11 de noviembre de 2013

AGRADECIMIENTO (Relato)

            El pasado verano tuve la ocasión de presenciar una escena que me emocionó, y me dejó una extraordinaria sensación de lo que una buena acción puede calar en el corazón de las personas.

            Me encontraba departiendo distendidamente con un buen amigo, cuando un sileño que lleva muchos años viviendo en Caldas de Montbuy (ya sabéis que los sileños tomaron un día  Caldas, sin pegar un tiro), de una edad como de ochenta años, más o menos, llegó a visitarle para darle las gracias, ya que no podía dárselas a su padre ya fallecido, por haber este colocado a su madre viuda -cuando él era un niño y había notado las dentelladas del hambre-, en un trabajo que le duró unos cuantos años.

            Aquel buen hombre, contó con detalle las circunstancias que en aquellos años concurrían en su madre, con dos hijos pequeños y sin ningún medio de vida, y se deshizo en elogios hacia  el progenitor de mi amigo, al que dijo muy agradecido, siempre había tenido en mente.

            Por su parte, mi amigo, vivamente emocionado por lo que le estaban contando  de su querido padre, al ver el sentimiento que se reflejaba en el rostro de aquel señor, se levantó de su asiento  y, agradecido a su vez, se fundió con él  en un entrañable abrazo.

                                                                Genito.

miércoles, 23 de octubre de 2013

AÑORANZAS (Relato)


            Cuando alguna vez hilvanando pensamientos recuerdo al Siles de mi niñez, no tengo por menos que reconocer nostálgicamente que han desaparecido muchos rincones y tradiciones que me hubiera gustado haber conservado para siempre.

            La devastadora piqueta del progreso para dotarnos de agua a domicilio, levantó la calle del Coso e hizo desaparecer la peculiar zanja revestida de piedra, que se deslizaba por el centro para llevar las aguas del “albercón”,  que regaban los huertos y jardines del pueblo.

            ¡Cuantas veces los chiquillos anduvimos la zanja, chapoteando en el agua o conduciendo barcos de concha de pino!

            Con el pretexto del riego, la calle Doctor Vigueras era una fiesta, el día que al agua le tocaba pasar por allí. Nuestras madres regaban la calle y aprovechaban el líquido elemento para fregar sillas y otros muebles; los chiquillos seguíamos con la “flota”, y salíamos casi siempre empapados por las escaramuzas que entablábamos, rociándonos, unas “partías” contra otras.

            Desapareció también por una lamentable decisión de la administración municipal, la fuente de dos caños y su grandioso pilar de la confluencia de las calles Mesones y Doctor Vigueras. ¡Qué lástima! Nunca debió perderse. Con un buen proyecto, para evitar que el agua que saltaba corriera por la calle, podría haber seguido allí adornando, y alegrándonos sus dos cantarines chorros.

            Algo que no debió ocurrir nunca fue tapar desde la carretera la vista de la Ermita de nuestro patrón San Roque. En mi opinión, debió permutarse el solar de la primera casa por el terreno situado a la derecha, cambiando el trazado del camino. Hoy, y por siempre, seguiríamos viendo nuestra Ermita desde allí.

            Aunque mucho, como ya he referido en alguna otra ocasión, no es arquitectónico todo lo perdido:

            ¿Qué fue de las “luminarias”? Víctima también del progreso,  prohibidas  cuando se pavimentaron las calles.

            El pueblo, encendido en las noches de La Candelaria, Santa Lucía, San Antón ó San Blas, juntaba a los vecinos alrededor de las lumbres, en cerco grande al principio y en pequeño círculo cuando las llamas extinguidas daban paso al rescoldo. Mayores y jóvenes disfrutaban con aquel ritual, y los últimos en retirarse, permanecían hasta altas horas, unidos en amigables charlas, mientras degustaban,  acompañadas de un traguillo, las “crillas” que habían estado asándose mientras tanto. Una deliciosa fragancia a romero se percibía  desde todos los rincones, inundando el ambiente sileño.
                                                                                                                                                                                                                                                                               
            Sé de ciudades que para conservar esta tradición tienen reservados lugares especialmente preparados para encender sus “luminarias”, sin miedo a que el fuego quebrante el pavimento.

            Otro recuerdo que siento haber perdido fluye a mi memoria: La plaza de toros de madera de la Plaza del Agua; y junto con el coso, añoro las sillas que ponían los vecinos atadas a los palos,  haciendo las veces de incómodas butacas; pero cuya incomodidad no notábamos enfrascados en el taurino espectáculo del que todos participábamos dentro o fuera de la arena.

            Así, suprimidas unas y reformadas mejor o peor otras, desaparecieron entonces y siguen desapareciendo hoy paños de muralla, calles angostas y otros vestigios del pasado que daban a nuestro Siles un gran encanto, para convertirlo poco  a poco en un pueblo moderno, sí, pero cada vez más carente de aquel tipismo que le distinguía.

            El corazón, conocedor de que lo moderno no es siempre lo más bello, se va entristeciendo con los recuerdos.

                                                                                              Genito.

miércoles, 16 de octubre de 2013

DOS ANÉCDOTAS (Relato)


 
            Hoy vengo a contaros dos anécdotas, de las muchas que se podrían  contar de mi querido tío Hilario, el que como muchos recordarán, estuvo bastantes  años de conserje en el Casinete;  un hombre simpático y campechano como pocos.

Pues bien: Asustado por lo que se decía podría ocurrirle en los accidentados días  de la guerra civil,  se marchó a “Las Fábricas de Riópar”, para quitarse del medio.

             Como quiera que fue echado de menos, y se habló en medios políticos de su ausencia, fue informado de ello, y, temiendo represalias en personas de su familia, decidió regresar.

             Cuando llegó a Siles, se presentó en el Ayuntamiento ante el Alcalde a la sazón, con las siguientes palabras:

             -Se presenta Hilario Galdón Serrano, que viene de prestar servicio en  Las Fábricas.

              Y la respuesta fue:

             -¡A la cárcel con él!

                                                                            ***

            Otra anécdota de mi tío Hilario, data de cuando sus hijos eran pequeños:

             Uno de ellos, bastante revoltoso, tenía a su madre aburrida con sus travesuras. Un día hizo alguna trastada fuera de las habituales y, mi tía Pilar, como vivían en el Casinete, lo cogió, se fue a la barra donde estaba su marido, y dijo a éste:

             -Hilario, no puedo con este chiquillo; tienes que enseñarle los dientes.

             Mi tío, ni corto ni perezoso, miró al niño, y, levantando la voz, lo llamó: -¡Ven aquí!-. Cuando lo tuvo enfrente se agachó, poniendo sus ojos a la altura de los de su hijo, y uniendo el sonido a la acción, enclavijó los dientes, dijo con fuerza -¡eeenn! …,  y se los enseñó.

                                                                             ***

            Hasta un próximo día, amigos.

                                                                                                                                Genito.

                                                                                                                                

sábado, 5 de octubre de 2013

EL "HERMANO ANDRÉS" DEL PRADO JUAN RUIZ (Relato)


Entre las muchas cosas que he hecho a lo largo de mi vida, una de ellas ha sido la venta de vehículos; mejor dicho, la mediación en la venta.

En una ocasión, hace de esto bastantes años, enterado de que un serrano quería comprar una furgoneta, cogí mi coche y, por malos carriles, me fui a buscar la aldea del Prado Juan Ruiz, donde vivía mi posible cliente, el “Hermano Andrés”.

Como no conocía aquella zona, pasé por los aledaños de la aldea y seguí carril abajo, hasta el final del Barranco de la Espineda, desde donde me volví al informarme unos trabajadores que preparaban una calera, que el Prado Juan Ruiz me lo había dejado muy atrás.

Llegué por fin a la casa del “Hermano Andrés”, donde fui recibido con muchas atenciones por él y por su hijo Serafín, que iba a ser el conductor de la furgoneta; y como estaban bastante decididos a comprar, no me costó mucho trabajo convencerles de que la que yo les ofrecía era la mejor que podían adquirir, por lo que pronto tuvimos hecho el  trato.

No recuerdo cual era el precio del vehículo, pero sí sé que les pedí una entrega inicial de cinco mil pesetas, que el “Hermano Andrés”, pasando a una de las habitaciones del cortijo, salió con ellas inmediatamente y me entregó.

Y aquí ocurrió algo que me impactó muchísimo y que es la razón por la que hoy os cuento esta aventura:

Saqué una hoja de papel y empecé a escribir un recibo para entregárselo como justificante del dinero recibido, e inmediatamente que me vio la intención, me paro diciéndome:

            -Eugenio, no necesito recibo. Bastante ha sido que haya salido de usted hacérmelo, sin esperar a que yo se lo pidiera, para saber con quién estoy tratando. Con su palabra me basta.

            Así era el “Hermano Juan”, un hombre cabal donde los hubiera.

            Desde entonces, cada vez que bajaba a Siles, con su par de mulos, a comprar avituallamiento, nos veíamos, llegando a hacer una gran amistad. Cuando vencido por los años, se bajó con Serafín a Orcera, donde este se fue a vivir al casarse, le visité un día allí, y pude ver cómo  su cara se iluminaba de satisfacción al verme.

                                                                                                          Genito.

martes, 17 de septiembre de 2013

EN LA FERIA DE ALBACETE (Relato)


 

                He estado pasando unos días en Albacete,  con motivo de la anual  feria de Septiembre, en honor de su Patrona, la Virgen de los Llanos.

                En mis visitas a su magnífico recinto ferial, he podido darme cuenta de  lo bien organizado que estaba todo, cosa que de no ser así produciría un enorme caos, dada la gran cantidad de personas que acuden y que se aglomera en cualquiera de los puestos, chiringuitos, casetas, espectáculos, atracciones etc. que se montan  allí.

                Como siempre desde hace ya varios años, he visto muchas  personas de raza negra, vendiendo artículos muy diversos, cargados con ellos y ofreciéndolos por las terrazas de bares y restaurantes, o con sus mantas extendidas alrededor del recinto, donde encontraban un sitio libre, y siempre ojo avizor para recoger y salir corriendo, al menor atisbo de la policía municipal. Por cierto, que este año he visto mas mujeres morenas que nunca, guapas ellas, y en algunos casos con niños pequeños a la espalda, recogidos con una gran tela de vivos colores, que graciosa y muy eficazmente, rodeaba el cuerpo de ambos. De esa guisa se movían atendiendo su puesto.

                Buscando un reloj me paré en uno de esos puestos. Había encontrado el que buscaba, después de hacerlo insistentemente, y me encontraba con dos de ellos en las manos, observándolos, cuando alguien dio la voz de que venía la policía. Oirlo y desaparecer el puesto de mi vista, fue todo una misma cosa, lo que  dio lugar a que me quedara con la mercancía, sin posibilidad de devolverla.

                Acompañado de mi mujer y amigos seguí disfrutando de la feria durante unas horas. Cuando ya nos disponíamos a irnos, sin haber logrado ver al negrito, nos lo encontramos, apresurándome a acercarme  a él para pagarle un reloj y devolverle el otro.

                La cara de satisfacción que le vi, y sus muestras de agradecimiento corroborado con el apretón de manos que nos dimos, no se me olvidarán fácilmente.

                                                                                ***

                Aquí  os dejo por hoy, amigos. Hasta el próximo día que se os ocurra entrar en mi blog.

                                                                                             Genito.

 

                                                                                                                            

 

lunes, 24 de junio de 2013

LA NOCHE DE SAN JUAN (Relato)



(Tradiciones perdidas)


            Como cada tarde después del trabajo, nos reunimos los amigos en “las cuatro esquinas” e iniciamos nuestro recorrido por las calles donde vivían las niñas que nos gustaban. Era nuestra forma habitual de pasar las tardes, y, mientras paseábamos, nos contábamos nuestras cosas, casi siempre relativas a las chicas, que eran en aquellos jóvenes años nuestra única ilusión.

            Era la víspera del día de San Juan y aquella iba a ser una noche especial; así que el tema de nuestra conversación se centró concretamente en cómo nos íbamos a organizar para conseguir los ramos de flores que pensábamos colgar de los balcones o ventanas de nuestras muchachas. En nuestras casas no había ni un triste rosal, y nos .las teníamos que ingeniar para conseguir  nuestros floridos obsequios.

            Con la luna llena por aliada, recorrimos el pueblo y sus alrededores, y  con más o menos cuidado –casi todos salimos arañados por las espinas-, cortamos las rosas que encontramos en el primer intento; hicimos recuento de nuestros logros, y como no había bastante para todos, buscamos por otra zona, completando nuestra cosecha.

            Con el mayor esmero, preparamos los ramos y nos fuimos a colocarlos. Cuando llegamos a las otras cuatro esquinas –las de la calle Somera-, nos encontramos con otro grupo que se había apañado por otros derroteros, y que se ocupaba en aquel momento de escribir en un papel que iban a pegar a un descomunal hueso, la frase “¡Te quiero hasta el tuétano!”.

            Al retirarnos a dormir, a las tres o las cuatro de la mañana, fuimos curioseando lo que en unos sitios y otros había colgado, y vimos hojas de higuera en la ventana de alguna chica alocada; de parra, diciéndole airosa a esta otra; y en lo mas alto de la ventana de un segundo piso, a donde no comprendimos como habían logrado subirse, divisamos aquel hueso que, con gran desilusión, se encontraría al amanecer su joven destinataria.

            Nosotros, con un gran sigilo, habíamos ido colgando los ramos en ventanas o balcones.  Las mozas no durmieron aquella noche, pendientes del esperado obsequio, que para ellas constituía la prueba evidente de que aquel joven con el que soñaban, les correspondía, pero los ramos amanecerían colgados donde los pusimos, porque a ellas les gustaba que todo el mundo los viese allí.

                                                                                       Genito.