Aquel
día estábamos los chiquillos -niños y niñas-, locos de contentos, porque los
maestros habían acordado que no hubiera escuela por la tarde, para que fuéramos
“a por romeros”.
Después
de dos o tres días con el tiempo revuelto, aquel había amanecido espléndido, lo
que añadido a que se celebraba la festividad de La Candelaria, animó a los maestros en su decisión.
De
modo que fue salir de la escuela, llegar a casa y comer a “uso pavo”, y salir
con los amigos camino del Portichuelo, con la cuerda para el haz atada a la
cintura.
Los
lugares habituales para coger los romeros eran
El Portichuelo, La Peña del Olivar y El Cerro, pero los que teníamos que
traerlos a cuestas, elegíamos el primero porque todo el camino cargados era
cuesta abajo.
Ya
en el monte nos afanábamos en cortar todos los romeros que nuestras fuerzas nos
iban a permitir transportar. Unos se llevaban pequeñas azadas o escavillos,
otros navajas, y la mayoría solo utilizábamos las manos, cortando las ramas
cuando la planta era grande o tirando con todas nuestras fuerzas hasta
arrancarlas, cayendo de culo las más de las veces.
Al
caer la tarde el camino se ponía animado, con chicos y no tan chicos, cargados
con los haces a las espaldas, que nos hacían sudar la gota gorda, porque por
aquello de “que no se diga que ese puede más que yo”, amén de presumir de forzudos ante las chicas, los
hacíamos demasiado grandes para nuestras fuerzas.
Estaban
también los que utilizaban los carros para traerlos; aquellos típicos carros
sileños, que por lo bajos que eran parecían arrastrarse por el suelo, que el
que tenía medios se hacía él mismo. Algunos eran verdaderas obras de artesanía,
equipados con técnicas tales como rodamientos de bolas, frenos, volantes de
automóvil, etc.
Anocheciendo,
las calles de Siles se animaban extraordinariamente, llenándose de
“luminarias”, que se encendían con nuestros romeros y con todos los trastos
viejos que sobraban en las casas, intencionadamente guardados para la ocasión.
Había
algunas especialmente espectaculares por lo grandiosas. Recuerdo la que se
encendía en la calle Somera, en la puerta de la casa de mi tío José. Cuando el
trabajo le dejaba, mi tío Eloy preparaba el camión y allá que nos íbamos primos
y conocidos, a llenarlo de romeros, que luego permitían hacer una hoguera
enorme, a la que acudía un gran gentío, y donde niños y jóvenes especialmente,
nos divertíamos muchísimo, organizando juegos en sus inmediaciones, lo que no
era obstáculo para que recorriéramos el pueblo aquella noche, en obligada
visita a las muchas luminarias que se encendían por todas las calles. La noche
se impregnaba del oloroso perfume que el romero soltaba en su combustión, y el
fuego era un rito purificador que ayudaba a los vecinos a hermanarse y a
sentirse mejores.
Porque
eran las luminarias lugar de encuentro de los vecinos, que sacaban sillas, y
cuando las llamas cedían, permanecían sentados alrededor del rescoldo, en
animadas charlas hasta altas horas de la noche, no faltando la mayoría de las
veces el degustar de un buen vinillo, en bota o botella de pito, casero en
muchos casos, acompañado de sabrosas “crillas” asadas en las brasas.
Desde
que se pavimentaron las calles, se fue perdiendo tan agradable costumbre; y aunque algunas asociaciones han
encendido alguna algún año, en pavimentos de tierra, no han tenido continuidad
y hoy están desaparecidas.
Lástima
que no se habiliten lugares al efecto, en tres o cuatro puntos estratégicos del
pueblo, donde se volvieran a encender para deleite de los sileños.
Siles, 2 de Febrero de
2.014
Festividad de La Candelaria
Festividad de La Candelaria
Genito.
Bella costumbre, preciosa historia.
ResponderEliminarMUY BONITO TU RELATO Y ES UNA LASTIMA QUE SE HAYAN PERDIDO TANTAS COSTUMBRES, UN SALUDO.
ResponderEliminarRecuerdos que los traslado igualmente a mi querido pueblo de Beas de Segura.
ResponderEliminarManolo.