Me encontraba departiendo
distendidamente con un buen amigo, cuando un sileño que lleva muchos años
viviendo en Caldas de Montbuy (ya sabéis que los sileños tomaron un día Caldas, sin pegar un tiro), de una edad como
de ochenta años, más o menos, llegó a visitarle para darle las gracias, ya que
no podía dárselas a su padre ya fallecido, por haber este colocado a su madre viuda
-cuando él era un niño y había notado las dentelladas del hambre-, en un
trabajo que le duró unos cuantos años.
Aquel buen hombre, contó con detalle
las circunstancias que en aquellos años concurrían en su madre, con dos hijos pequeños
y sin ningún medio de vida, y se deshizo en elogios hacia el progenitor de mi amigo, al que dijo muy agradecido,
siempre había tenido en mente.
Por su parte, mi amigo, vivamente
emocionado por lo que le estaban contando de su querido padre, al ver el sentimiento que
se reflejaba en el rostro de aquel señor, se levantó de su asiento y,
agradecido a su vez, se fundió con él en un entrañable abrazo.
Genito.
Preciosa historia. Me encantan estas historias tan secillas y tan humanas.
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