jueves, 20 de agosto de 2015

MANOS DE TERCIOPELO (RELATO)


            Hace más o menos un año, tuve necesidad de hospitalizarme unos ocho días, debido a una afección de estómago.

            Entre las pruebas a que fui sometido, hubo necesidad de hacerme una endoscopia (ese tuvo que se introduce al cuerpo por la boca, para observar el interior), y que, generalmente suele hacerse con anestesia local o con sedación, y algunas veces con anestesia general.

            Pues bien, no sé por qué razón, a mí me la hicieron sin ningún tipo de anestesia, y, además, tuve la mala suerte de que la sonda estaba estropeada, y en lo que deberían haber tardado de diez a quince minutos, tardaron cuarenta la primera vez, con resultado infructuoso, y quince, media hora después, cuando lo volvieron a intentar una vez arreglado el aparato. Lo pasé francamente mal.

            Relato esto, porque no se me olvidará nunca el consuelo que sentía durante todo el proceso, cada vez que la enfermera que ayudaba al doctor que manejaba la sonda, ponía cariñosamente sus manos sobre mi frente y me daba ánimos con sus palabras de aliento.

            Cuando todo hubo terminado, la inspiración puso en mi mente el siguiente poema:

           

         Manos de terciopelo.

 

    Minutos infinitos de tortura,

mi espíritu sumido en desconsuelo;

busqué a Jesús y estaba allí a mi lado,

mi frente acariciando con ternura.

    Manos maravillosas,

manos de terciopelo;

inmerso en la impotencia

fueron sus dulces manos mi consuelo.

 

            Me había fijado en el nombre que llevaba en una tirilla del bolsillo de su uniforme  “aquel angel”, y, una vez en casa tras el alta médica, le escribí agradeciéndole su cariño, y encareciéndole siguiera actuando siempre así.

                                                                                                                                                                                                                 Genito.

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