Entre las muchas cosas que he
hecho a lo largo de mi vida, una de ellas ha sido la venta de vehículos; mejor
dicho, la mediación en la venta.
En una ocasión, hace de esto bastantes
años, enterado de que un serrano quería comprar una furgoneta, cogí mi coche y,
por malos carriles, me fui a buscar la aldea del Prado Juan Ruiz, donde vivía
mi posible cliente, el “Hermano Andrés”.
Como no conocía aquella zona,
pasé por los aledaños de la aldea y seguí carril abajo, hasta el final del
Barranco de la Espineda, desde donde me volví al informarme unos trabajadores
que preparaban una calera, que el Prado Juan Ruiz me lo había dejado muy atrás.
Llegué por fin a la casa del “Hermano Andrés”, donde fui recibido con muchas atenciones por él y por su hijo Serafín,
que iba a ser el conductor de la furgoneta; y como estaban bastante decididos a
comprar, no me costó mucho trabajo convencerles de que la que yo les ofrecía
era la mejor que podían adquirir, por lo que pronto tuvimos hecho el trato.
No recuerdo cual era el precio
del vehículo, pero sí sé que les pedí una entrega inicial de cinco mil pesetas,
que el “Hermano Andrés”, pasando a una de las habitaciones del cortijo, salió con
ellas inmediatamente y me entregó.
Y aquí ocurrió algo que me
impactó muchísimo y que es la razón por la que hoy os cuento esta aventura:
Saqué una hoja de papel y empecé
a escribir un recibo para entregárselo como justificante del dinero recibido, e
inmediatamente que me vio la intención, me paro diciéndome:
-Eugenio, no necesito recibo.
Bastante ha sido que haya salido de usted hacérmelo, sin esperar a que yo se lo
pidiera, para saber con quién estoy tratando. Con su palabra me basta.
Así era el “Hermano Juan”, un hombre
cabal donde los hubiera.
Desde entonces, cada vez que bajaba
a Siles, con su par de mulos, a comprar avituallamiento, nos veíamos, llegando
a hacer una gran amistad. Cuando vencido por los años, se bajó con Serafín a
Orcera, donde este se fue a vivir al casarse, le visité un día allí, y pude ver
cómo su cara se iluminaba de
satisfacción al verme.
Genito.
Preciosa historia de serranos nobles
ResponderEliminarSegún mi señora Dulce Nombre, que se crió en el Prado de Juan Ruiz, el padre de Serafín se llamaba Andrés. y Juan fue tío de Serafín.
ResponderEliminarRecibe un cordial saludo de Juan Manuel Martínez Fernández. Adiós.
Hola Juan Manuel: Dulce tiene toda la razón. Me doy cuenta ahora que, con aquello del "Prado Juan ...", me confundí. Efectivamente se llamaba Andrés, y, además, no era conocido por "El Tio Juan", cino por "El Hermano Andrés".
EliminarLo arreglaré.
Valoro tus intervenciones en mi blog. Un abrazo.