Cuando alguna vez hilvanando
pensamientos recuerdo al Siles de mi niñez, no tengo por menos que reconocer
nostálgicamente que han desaparecido muchos rincones y tradiciones que me
hubiera gustado haber conservado para siempre.
La devastadora piqueta del progreso
para dotarnos de agua a domicilio, levantó la calle del Coso e hizo desaparecer
la peculiar zanja revestida de piedra, que se deslizaba por el centro para
llevar las aguas del “albercón”, que
regaban los huertos y jardines del pueblo.
¡Cuantas veces los chiquillos
anduvimos la zanja, chapoteando en el agua o conduciendo barcos de concha de
pino!
Con el pretexto del riego, la calle
Doctor Vigueras era una fiesta, el día que al agua le tocaba pasar por allí.
Nuestras madres regaban la calle y aprovechaban el líquido elemento para fregar
sillas y otros muebles; los chiquillos seguíamos con la “flota”, y salíamos
casi siempre empapados por las escaramuzas que entablábamos, rociándonos, unas
“partías” contra otras.
Desapareció también por una
lamentable decisión de la administración municipal, la fuente de dos caños y su
grandioso pilar de la confluencia de las calles Mesones y Doctor Vigueras. ¡Qué
lástima! Nunca debió perderse. Con un buen proyecto, para evitar que el agua
que saltaba corriera por la calle, podría haber seguido allí adornando, y
alegrándonos sus dos cantarines chorros.
Algo que no debió ocurrir nunca fue
tapar desde la carretera la vista de la Ermita de nuestro patrón San Roque. En mi
opinión, debió permutarse el solar de la primera casa por el terreno situado a
la derecha, cambiando el trazado del camino. Hoy, y por siempre, seguiríamos
viendo nuestra Ermita desde allí.
Aunque mucho, como ya he referido en
alguna otra ocasión, no es arquitectónico todo lo perdido:
¿Qué fue de las “luminarias”? Víctima
también del progreso, prohibidas cuando se pavimentaron las calles.
El pueblo, encendido en las noches
de La Candelaria ,
Santa Lucía, San Antón ó San Blas, juntaba a los vecinos alrededor de las
lumbres, en cerco grande al principio y en pequeño círculo cuando las llamas
extinguidas daban paso al rescoldo. Mayores y jóvenes disfrutaban con aquel
ritual, y los últimos en retirarse, permanecían hasta altas horas, unidos en
amigables charlas, mientras degustaban,
acompañadas de un traguillo, las “crillas” que habían estado asándose
mientras tanto. Una deliciosa fragancia a romero se percibía desde todos los rincones, inundando el
ambiente sileño.
Sé de ciudades que para conservar esta tradición tienen reservados lugares especialmente preparados para encender sus “luminarias”, sin miedo a que el fuego quebrante el pavimento.
Sé de ciudades que para conservar esta tradición tienen reservados lugares especialmente preparados para encender sus “luminarias”, sin miedo a que el fuego quebrante el pavimento.
Otro recuerdo que siento haber
perdido fluye a mi memoria: La plaza de toros de madera de la Plaza del Agua; y junto con
el coso, añoro las sillas que ponían los vecinos atadas a los palos, haciendo las veces de incómodas butacas; pero
cuya incomodidad no notábamos enfrascados en el taurino espectáculo del que
todos participábamos dentro o fuera de la arena.
Así, suprimidas unas y reformadas
mejor o peor otras, desaparecieron entonces y siguen desapareciendo hoy paños
de muralla, calles angostas y otros vestigios del pasado que daban a nuestro
Siles un gran encanto, para convertirlo poco
a poco en un pueblo moderno, sí, pero cada vez más carente de aquel
tipismo que le distinguía.
El corazón, conocedor de que lo
moderno no es siempre lo más bello, se va entristeciendo con los recuerdos.
Genito.
¡Qué recuerdos más bonitos! ¿Se puede sentir nostalgia de algo que no se ha vivido? Creo que me está pasando eso al leerte. Lo único que he conocido de lo que cuentas es la vista de San Roque desde la carretera.
ResponderEliminarNo sabía que había una fuente ahí al lado del horno de Picatoste. Ni lo de la zanja de la calle Coso, aunque eso me lo había figurado por algunas fotos antiguas.