Sumido en el silencio de tus calles,
mirando tus colores
apagados,
con nostalgia ¡oh
Siles!, he soñado
con los dorados días estivales.
Rincones del otrora bulliciosos,
ahora tristes, oscuros y
callados;
como duende dormido,
aletargado,
a la espera de eventos
clamorosos.
Son los días de un otoño avanzado,
de atardeceres cortos y
brumosos,
de cielos grises,
tristes y lluviosos,
de mesa camilla y sillón
al lado.
El frío manto que cubrió tu ambiente,
tiñó de ocres el verano
azul,
y fue capaz de adormecer
tu luz,
cambiando tonos
caprichosamente.
Los mejores pinceles no lograron
igualar de tus campos los
colores;
se vistieron preciosas
nuevas flores
que en belleza y aromas
porfiaron.
Mas, ni el tiempo pudo de tí borrar,
ese sello que guardas
con esmero:
Tus brazos abiertos al
forastero,
que te hace ser un
pueblo singular.
El alma lo percibe y gratamente
se regocija, proclamando
un canto;
canto vivo, pregón de
tus encantos,
que son gloria y placer
para la mente.
Genito
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