En la ladera
sembrado,
de tu monte Carrascal,
eres, Siles, singular;
un pueblo privilegiado.
Me pareces
recostado,
tendido al ardiente sol,
en un paisaje crisol
de colores enlazados.
Por donde quiera
vayamos,
muestras a los cuatro vientos,
exquisiteces sin cuento,
que, con deleite, admiramos.
Ese paseo señorial,
que te da categoría,
es sin duda, yo diría,
lo mejor; no tiene igual.
En las noches del
estío,
el Parque de la Glorieta,
es, al final del “Legío”,
inspiración de poetas.
Es delicioso
sentarse,
y, en una estampa tan bella,
gusta al ente expansionarse,
contemplando las estrellas.
Otro rincón
singular,
la Plaza del Agua es;
donde gusta trasnochar
y a la tertulia acceder.
Tertulia muy
animada,
por lo que en ella se cuece,
ya que se da la pasada
que la actualidad merece.
Si tu emblemática
plaza
durante el día se visita,
se beberá agua fresquita
y no se hallará una raza,
porque , las ramas frondosas,
le tienen prohibido al sol
asomarse en derredor;
y, en ello, son muy celosas.
A la sombra de esas
ramas,
es obligado sentarse,
y, por un tiempo, olvidarse
de la vida y de sus dramas.
* * *
Y si de tu sierra
hablamos,
para qué queremos más;
no me cansaré jamás
de proclamar sus reclamos:
Calarejos, Acebeas,
Cascada del Saltador,
El Puntal de la Ajedrea
-magnífico mirador-;
Puntal de Navalperal,
Navalasna, Peñalcón,
El Rayo –espectacular-
y la Era del Boquerón;
La Laguna,
Bucentáina,
Majada del Carretero,
La Fuente de la Sabina,
La Piedra del Agujero …
Almoteja, Fuente el
Tejo,
Canalica, Charco Azul,
y mucho más que me dejo,
porque grandioso eres tú.
Mención especial
merece
la Peña del Olivar,
ese entorno singular,
por las delicias que ofrece.
* * *
Hablando un poco de historia,
tienes añejas murallas,
que hacen que, la mente, vaya
mas allá de la memoria,
imaginando el acoso
a que fuiste sometido,
por el rey moro, ambicioso,
Mohamad, siempre temido,
al que, el Maestre de Santiago,
que intervino en la contienda,
le hizo pasar días aciagos
y una derrota tremenda.
De aquel castillo y
muralla,
de tres varas de argamasa,
confundidos con las casas,
hoy solo restos se hallan;
salvo ese Cubo grandioso,
que, cual soberbio gigante,
se levanta desafiante,
como defensor celoso.
El es, sin que se
cuestione,
perenne símbolo tuyo.
¡Siles, nos llenas de orgullo,
y muchas son las razones!
* * *
Pero eso no es todo,
Siles,
porque, como bien sabrás,
tú eres eso y mucho más.
Hay otras cosas sutiles
que tu carácter conforman,
que elevan tu estimación,
que a los sileños nos honran
y nos dan satisfacción.
Son las cosas de
tus gentes,
arraigadas con los años,
que en lo íntimo se
sienten,
y admiran propios y extraños.
Simpáticas, agradables,
amenas, acogedoras,
serviciales muy amables,
y atentas a todas horas.
Eso lo sabe muy
bien,
el forastero que llega,
cuando comprueba el calor
que los sileños le entregan.
En una bella
reseña,
el buen cronista Luis Bello,
ratificó todo ello,
de esta “su villa risueña”:
“En Siles –dice
gozoso-,
al momento encontraría
amigos con alegría,
en un ambiente afectuoso.”
“Encontramos, como
norma
de este pueblo excepcional,
su gran sensibilidad
y voluntad, que le adornan.”
Y sigue su comentario:
“Tiene un valle delicioso,
con aire puro, precioso,
y es un pueblo hospitalario.”
Aquel cronista,
leído,
estas frases escribía
de ti, mi Siles querido,
a donde llegó un buen día.
Casi cien años
hará,
y todo sigue vigente;
y es que, nunca cambiará
la calidad de tu gente.
Genito.