Con la cara
radiante,
cual si fuera
ese sol que ilumina la mañana;
blanca y pura,
lo mismo que la nieve,
cuando amanece tras la noche oscura,
hoy te he visto
y, casi sin darme cuenta,
lágrimas han mojado mi mejilla.
Cuando tomabas a
Dios
en cuerpo y sangre
-sublime acto de amor,
nunca igualado-,
he pedido al Creador
que te conserve,
sin perderlos, al
paso por la vida,
el candor y dulzura que te adornan;
la difícil facilidad
que te acompaña,
para aprenderlo todo;
y esa sensatez
que se vislumbra,
con tus cortos y preciosos años,
Genito.
6
de Mayo de 2.011
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