perla de sus moradores,
un clavel entre las flores
del que yo me siento ufano.
Fue tocado por la mano
del Creador omnipotente,
que le dotó de un torrente
de belleza y simpatía;
lo que se ve en la alegría
y el agrado de su gente.
Ese paseo
imponente
que corona La Glorieta,
con su plaza tan coqueta
y su encantadora fuente,
vienen ahora a mi mente
junto con algo entrañable,
para mí muy agradable:
La Plaza del Agua bella,
tan acogedora ella
y, por su historia, honorable.
Viendo sus calles
cuidadas,
el visitante curioso
dice de él que es precioso,
cual tocado por las hadas;
y el calor de sus moradas
que descubre el forastero,
lo convierten por entero
en un pueblo acogedor;
pueblo de rango y honor.
¡Mi Siles, cómo te quiero!
He
aquí una pequeña semblanza de mi pueblo –incompleta sin duda-. Está compuesta
por tres décimas-espinela (diez versos octosílabos, que riman en consonante, con la clásica
terminación de este tipo de poemas,
“aabbaccddc”).
Genito.
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