Nace la mañana;
del pueblo serrano, los aceituneros,
frio en la cara,
salen para el tajo a echar la jornada.
Hablan los caminos:
animadas charlas, cantos de zagalas …,
distendidos gestos
que harán llevadero el día que se intuye.
Es crudo el ambiente;
el frio es tan intenso que hiela las manos;
en los olivares,
hecho cotidiano,
flamean las lumbres cual rito pagano.
Luego, la faena:
paladines vigorosos acosan al olivar,
y, como armas contundentes,
a golpes las varas
sangran los olivos, sin piedad, sin calma.
El árbol herido,
en gesto noble nunca superado,
derrama su fruto,
ofrece su pago.
la lid se relaja;
cansado de lucha, el aceitunero
deja atrás el campo,
pensando en mañana.
Un silencio denso
llena los olivos;
la luz que a sus hojas dio brillo en el día,
va difuminándose hasta que se apaga;
y un manto de noche, oscuro e inmenso,
cubre con su sombra.
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