… Y camina el Nazareno
llevando al hombro el
madero,
sin proferir ningún pero,
de sangre el semblante lleno;
las hordas, con desenfreno,
con su furia enloquecida,
rabiosas cual fiera herida,
lo llevan hasta el Calvario
-doloroso itinerario-,
para quitarle la vida.
Su Santa madre María,
cara de lágrimas llena,
traspasada por la pena
pero con gran valentía,
al amanecer el día,
con gran arrojo y tesón,
sangrándole el corazón,
con el paso decidido
resuelta se ha dirigido
hasta su hijo a la sazón.
-¡Se prohíbe el paso, Señora!
grita el capitán romano
enarbolando en la mano
espada intimidadora.
Y la fuerza represora,
pronta, el paso le ha cortado,
cruzando de lado a lado
las lanzas de su armamento.
¡Qué doloroso momento!
¡Cuánto daño le han causado!
Mas -¡sorpresa!-, de repente
-circunstancia no esperada-,
aparece con su espada
un angel
resplandeciente,
que habla con voz contundente:
-¡Rendid las armas, sayones!
Y sin mediar condiciones,
dejan paso a la Señora
hasta su hijo, en buena hora,
como eran sus intenciones.
Ante el ardor popular,
alboreando el Viernes Santo,
las escenas de mi canto
en Siles tienen lugar.
Lástima que al terminar,
el profundo sentimiento
,
de nuestra vida argumento,
no permanezca en la mente
siempre, permanentemente.
¡El fervor dura un momento!
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