despertando la mañana,
salen los aceituneros,
colosos de rancia casta.
Los caminos que
vivieron
apagados hasta el alba,
lucen ahora encendidos,
llenos de animadas charlas.
El frío es muy
intenso,
el campo brilla de escarcha,
los olivares se pueblan
de ardientes lumbres; de llamas
que al dios Bóreas ahuyentan
suavizando la jornada.
Una lucha desigual
con los olivos se entabla;
indefensos y pacientes
son acosados con armas;
armas que solo son palos,
palos cual si fueran lanzas.
Y deja el árbol su
fruto
soltando sangre morada,
en un gesto de grandeza
de voluntad y prestancia.
Cuando se oculta la
tarde
la contienda se relaja;
el guerrero deja el campo
donde vivió la batalla;
la luz que a las verdes hojas
sacó destellos de nácar,
conforme se marcha el día
se difumina y se apaga.
Y un manto de noche oscura,
noche con luna de plata,
cubre el inmenso olivar
que queda en silencio y calma.
Genito
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