viernes, 9 de enero de 2015

PRELUDIO (POESÍA)


     El desvencijado tren de madera,

de madera también sus asientos corridos,

andaba machaconamente,

contagiando  a los viajeros su lento

y continuo movimiento.  

     Enfrente de mí, abrazada por Morfeo,

apoyada su cabeza en la almohada

de su viejo maletín de piel,

se encontraba ella,

con la cara más dulce  

que mis ojos hubieran visto nunca.

     Un inesperado brusco vaivén

la sacó de su estado onírico,

y mis ojos, inquietos como avispas,

automáticamente buscaron los suyos. 

Durante diez segundos –una eternidad-,

se clavaron recíproca e insistentemente,

y ya no pude borrarlos.

     El pausado viaje hacía monótona la vida;

ella –sus bien cuidadas,

finas, delicadas manos-

 jugaba con un precioso anillo,

perla entre las perlas,

del que mi celosa imaginación

inventaba fantásticas historias

de cómo habría llegado  a su poder.

Hasta que rodó por el suelo

e instintivamente fuimos a cogerlo los dos,

juntando nuestras manos,

y cruzando mi cuerpo

relampagueante escalofrío.

     Así comenzó todo. Aquel fue el preludio,

la obertura

de la melodía de nuestra vida, que hoy,

de nácar nuestras sienes,

seguimos recordando unidas nuestras manos.
 
                                                                        Genito.
 
 

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