Poner el pie en el escalón de casa
e irme sin parar, corriendo,
al lugar por excelencia de mis juegos,
eran la misma cosa cada día.
(Rodillas con heridas, casi siempre,
eran testigos de mis galopadas).
Había salido a las cinco de la escuela,
llegado a casa, al igual corriendo,
cogido suculenta merendeta
y plantado en mi habitual destino:
el último tramo de calle Somera,
donde tropieza con la del Colegio.
¡Qué gozada! ¡Qué dulce inocencia!
De la vida ajenos a sus avatares,
pasábamos allí horas y horas,
enfrascados en aquellos juegos:
Laco, píola, sevilla, remo, maisa;
"umpesi", hurda, triángulo, cangreje;
pita, zompa, guá, escondecorreas ...;
tejo, comba, dubles y ..., no acabaría.
Entrañables y añorados juegos,
que, móviles y Play Station,
-para muchos hoy una adicción-,
borrado han de la faz de la tierra.
Genito
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