Luchando contra la
fuerza del viento,
remaba con vigor, casi extenuado;
te vi andar sobre el agua, allí, a mi lado,
y me turbó de miedo aquel portento.
Fueron tus dulces
palabras de aliento
alivio eficaz, consuelo sagrado.
Subiste a aquella barca, y tu dictado
hizo al viento volverse suave, lento.
¡Acércate Jesús,
vuelve a mi vida,
ven a mi barca, no pases de largo!
¡Que siempre arda la llama en mi existencia,
que la luz que en mi alma está encendida,
no oscurezca sumida en un letargo,
ni los vientos la apaguen por tu ausencia!